Al principio todo era ilusión y buenos augurios; comenzó el curso y los profesores nos hablaban de películas que conocíamos y de cómo funcionaba el mundo audiovisual. Sin embargo, pasados dos meses, me di cuenta de que lo que estudiábamos no tenía nada que ver con ese mundo vivo, rápido y estresante del que me habían hablado.
La teoría es necesaria, pero yo no comprendía porqué necesitábamos pasar tanto tiempo sentados en un aula si lo que debíamos lograr era grabar un corto. Y empecé a desilusionarme. Fue en ese momento cuando descubrí que lo que debía hacer era cursar un Ciclo de Formación Profesional.
Me decanté por la FP de Producción Audiovisual entre toda la oferta existente ya que, en mi opinión, es el ciclo que más cantidad de campos abarca. En esta ocasión todo fue distinto.
Desde el primer día tuve una cámara en mis manos, un grupo de trabajo y un proyecto que realizar. La formación teórica seguía existiendo, pero era mucho más fácil aprender mientras trabajabas. El error era la única forma de aprender teoría.
Durante un año y medio de formación, me encontré con conocimientos de producción audiovisual, organización de eventos, fotografía o iluminación, entre otros. Además, aquellos dos cursos nos formaron en muchos otros ámbitos que no pueden encontrarse en los libros: gestión del tiempo, solución de problemas, trabajo en equipo o la necesidad de organizar el trabajo y todas las tareas para que un proyecto salga adelante.
Finalmente, realicé prácticas en una importante productora. El primer día, con los nervios y la inseguridad de no saber si mi formación había sido adecuada y suficiente. Sin embargo, una semana después, era consciente de todo lo que había aprendido y de que los ritmos de trabajo y la manera de hacer las cosas son muy similares a lo que había aprendido durante mi Formación Profesional.