“¿Estás loco?”, le preguntó su madre. Pero no, Rubén no estaba loco. Tan solo quería jugar con sus amigos a un deporte que le apasiona, por el que vive, con el que sueña, con el que ha aprendido a levantarse después de cada caída… Un deporte que le ha convertido en entrenador de equipos femeninos (Nuestra Señora de las Victorias, en Madrid), que han descubierto con él todos los valores que el balón ofrece.
Rubén camina por el esfuerzo que hicieron sus padres y por las interminables sesiones de rehabilitación. Y, sobre todo “por mis ganas de superación y por el fútbol”, recuerda Rubén que jugó hasta los 14 años, en una entrevista al Diario ABC.
Cuando le dijeron que jugar en la siguiente categoría significaba que los empujones iban a ser mucho más fuertes, le propusieron ser entrenador. Aprendió y mantuvo durante toda su carrera esa tenacidad que comparte hoy con las casi treinta chicas que entrena en diferentes categorías.
“Era partir de cero. Enseñarles de cero. Pero lo que quiero es que aprendan a trabajar, a comprometerse, a no faltar al entrenamiento. Me preparo las tácticas, los ejercicios… Empezamos con ocho chicas y ahora son 13 en la categoría cadete y otras 13 en la infantil. Ellas me lo dan todo, así que yo me dejo la piel y todo lo que haga falta por ellas. En ningún momento ven mi discapacidad», añade.
Los padres piensan que Rubén es un ejemplo de normalización y sus jugadoras están muy orgullosas de él. En el equipo siempre reina un gran compañerismo y el entrenador les ha enseñado a no rendirse nunca.
“Yo solo soy Rubén. Hay que quitar el prefijo ‘dis’ de ‘discapacidad’. Como yo, somos muchos, pero hay que descubrir y sacar a la luz todo lo que hacemos. Yo no me considero discapacitado ni tampoco lo piensa las personas que me rodean. Soy Rubén. Un tío normal. Punto», resume.